Cuando hace una semana el CIS nos dejó ver que la igualdad, para prácticamente la mitad de los hombres, es un motivo ante el que sentirse preocupado, muchas (y algunos) nos llevamos las manos a la cabeza.
El 44%. Este es el porcentaje de hombres que, según la encuesta, consideran que se sienten discriminados ante el avance de la igualdad, ante el feminismo. ¿Qué será lo que tanto les asusta? ¿Tener que compartir las cuotas de poder que asumen ocupando la mayoría de puestos directivos y de decisión? ¿Pensarán, quizás, que tendrán que dejar de cobrar más que sus compañeras de trabajo, realizando las mismas tareas? O quizás ¿se sienten presionados a tener que ser ellos los que piensen en las tareas domésticas y asuman la carga mental de la organización, en aras de una corresponsabilidad real? ¿Tendrán que reducir sus jornadas para ser cuidadores como social e históricamente ha correspondido a las mujeres hacerlo?
O quizás piensen que si la igualdad sigue su curso, se pueden arriesgar a acabar siendo una de las más de 1.200 personas que han muerto por violencia de género en nuestro país. Morir por ser mujer y porque tu agresor crea que tiene derechos sobre ti, tras años y años de patriarcado confirmándole que está en lo cierto. Normal que les dé pavor llegar a ser iguales que nosotras. Porque nosotras llevamos siglos soportando una carga que ni el 44 ni el 100% de los hombres ha tenido jamás que soportar. No han sido considerados ciudadanos de segunda, poco inteligentes para la esfera pública, incapaces de discernir con claridad ya que sus sentimientos embargaban sus razones y era preferible que maridos, hermanos o padres controlasen semejante irracionalidad. No han tenido que pedir permiso para abrir una cartilla en el banco, ni han tenido que luchar para ser considerados aptos para poder votar. No han sido ellos, los histéricos, los locos, a los que no se les permitía estudiar, ni trabajar.
Es difícil entender la discriminación positiva si nunca has vivido la discriminación pura y dura. Sin ironías: el 44% de los hombres cuando lee un titular como, por ejemplo, que el estado becará a las mujeres que decidan estudiar carreras de ciencias, no ve entre líneas: porque las mujeres tradicionalmente han sido relegadas a trabajos relacionados con los cuidados y con las emociones, haciéndoles creer en algunos momentos -incluso- que su cerebro no era apropiado para estos menesteres y por tanto se precisa un impulso para acercarles a este tipo de conocimientos, que son además los que hoy en día tienen más salidas laborales y que están asumidos casi en su totalidad por hombres. No, ellos leen: “a ellas les dan dinero para estudiar y a mí no”. Y aquí se queda toda la reflexión al respecto.
En esta carrera de obstáculos que es la vida, si la igualdad es la meta, las mujeres nos encontramos unos 20 kilómetros más atrás que los hombres. Las medidas que buscan reducir esta distancia para poder partir del mismo punto de salida no son discriminatorias, son justas y necesarias. Y ya era hora que alguien las abordase con efectividad, como han hecho los gobiernos de izquierdas de este país.
Por ejemplo, creer a día de hoy que la obligatoriedad de la paridad en las listas a comicios electorales no es necesaria, cuando sólo hoy y ahora las mujeres son por fin el 50% y ese porcentaje baja drásticamente, cuando estamos hablando de quién encabeza las listas… es realmente ridículo. Mirad a vuestro alrededor y decidme cuántos cargos directivos son mujeres, cuántos de los líderes de vuestro alrededor lo son. Y si la respuesta es evidente, también lo es que simple y llanamente el 44% de los hombres que respondieron a la encuesta del CIS, no son capaces de ver la realidad que les rodea. O quizás la ven y les da miedo tener que perder los privilegios adquiridos durante tanto y tanto tiempo.
Lo que queda claro es que al 56% restante, ya sea por convencimiento o por no sabe no contesta, le queda mucho trabajo por hacer, ya que sus semejantes tampoco se lo van a poner fácil. Y las mujeres, las mujeres feministas, sólo tenemos que grabar a fuego en nuestra cabeza lo que en 1949, en su ensayo “El segundo sexo”, decía Simone de Beauvoir haciendo un llamando a la memoria: “No olvidéis jamás que bastará una crisis política, económica o religiosa, para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados. Esos derechos nunca se dan por adquiridos.” Nunca.