Empieza un año nuevo y nos vestimos de propósitos esperando que el cambio de dígito cambie también el rumbo de aquello que no ha ido bien. Cantaba Ismael Serrano en una de sus canciones más icónicas: “sin embargo a veces pienso que al final todo dio igual, las hostias siguen cayendo sobre quien habla de más. Y siguen los mismos muertos podridos de crueldad… ahora mueren en Bosnia los que morían en Vietnam…”. Una frase, una idea, que no deja de estar vigente más de 20 años después. Si cambiaba Bosnia por Vietnam, ahora Ucrania, ahora Gaza. Si hablar de más significa no claudicar con el despropósito, no aceptar que se normalice que unos energúmenos pidan desde nuestras instituciones colgar al presidente escogido de manera democrática, les guste o no.
Si hablar de más se usa como arma de doble filo confundiendo con alevosía la libertad de expresión con la falta de respeto, con el insulto, con la manipulación.
Entre el blanco y el negro no es necesario el gris, sino recordar la extensa paleta de colores que se encuentran en la totalidad y en la ausencia del uno y del otro.
Y, quizás, tendríamos que empezar a aceptar que es verdad que al final todo dio igual. Si en Argentina olvidan que los errores de un lado nunca los podrá solucionar el extremo opuesto y abrazan un futuro mejor en promesas de extrema derecha que comprometen y ponen en peligro todos los valores, esos mismos valores, que les hicieron progresar. Y no pasa nada y ocurre todo, porque la historia es cíclica -nos dicen-, el ser humano olvida recordar con demasiada frecuencia y nos abocamos sin remedio a repetir los errores que cometimos en el pasado, que criticamos ferozmente durante un tiempo y que olvidamos vehementemente para volverlos a realizar con gusto y convencimiento.
No parece, pues, un alentador inicio de 2024, si tenemos en cuenta las noticias, los discursos (algunos discursos), las redes con sus comentaristas expertos en vocear por escrito aquello que jamás se atreverían a decir a la cara de nadie, sumado al largo etcetera de despropósitos que buscan y logran la confrontación y la crispación de unos y de otros por cualquier pequeño e insignificante desacuerdo. ¿Y qué vamos a hacer? Más que apelar al consenso, más que apostar por la empatía como cura para prácticamente todo, más que volver a recordar una y otra vez, que de momento y hasta nuevo aviso, ningún conflicto, ninguna batalla hizo a nadie avanzar en este mundo más que para pensar, al final, que deberían haber retrocedido a tiempo.
2024 puede ser el año en el que por fin la participación en las Elecciones Europeas sea ejemplarizante porque nos hayamos creído la importancia del consenso, las buenas prácticas entre países y la unión parlamentaria como fórmula para hacerse entender entre los diferentes estados.
Puede ser el año en que Vox siga cayendo en picado y el PP lejos de querer seguir su senda, entienda que no tiene que ocupar el extremo, poniendo 20 donde veo tus 10, sino fomentar el gusto por el centro moderado.
Puede ser el año en que apostemos de verdad por acabar con las grandes lacras de nuestra actualidad: un planeta que cuide del medio ambiente, un país que luche contra la violenca machista, unas administraciones públicas que apuesten por la inversión en ciencia y en investigación, estados que aboguen por el cuidado de lo público como garante de la igualdad de oportunidades…
¿Y por qué no? Puede ser el año en el que los seres humanos queramos hacer el bien los unos por los otros y prefiramos vivir con la máxima felicidad y tranquilidad posible, que preocuparnos y ocuparnos por cosas que al final… nunca, jamás, son tan importantes. O no… o quizás tengamos que volver a cantar “Papá cuéntame otra vez…” adaptando de nuevo el final de la frase a cada momento histórico de nueva bajeza humana.
Pero ya que es enero, y acabamos de empezar el año, dejadme esta vez que piense que los propósitos buenos, los de mejorar y ser mejores, este 2024… sí se cumplirán.
Publicado en elfar.cat