El lenguaje inclusivo, una reivindicación por la igualdad

El lenguaje tiene el poder de conformar la realidad en la que vivimos. No es un poder pequeñito: modifica los comportamientos, la visión de las cosas, lo que entendemos como verdad y mentira. Lo cuestiona y lo explica todo. Es a través del lenguaje que definimos y concretamos, que juzgamos y alabamos. Lo que no se explica no existe, aunque te lo expliques en bajito y sólo lo puedas escuchar tú.

Ése es el inmenso, decisivo, extraordinario y evidente poder del lenguaje, que nos une y nos comunica con nuestro alrededor. Y por el mismo motivo nos puede excluir, aislar o diferenciar.

Va más allá, no obstante, conforma el mundo al tiempo que lo reproduce pero, lamentablemente, el lenguaje tiende a ser más obcecado que la realidad y cambia con mucha menos fluidez y rapidez.

No podemos sencillamente obviar que el lenguaje transmite verdades y realidades que a día de hoy no son tales. Decimos adiós al marcharnos, una palabra que proviene del acortamiento de una forma de despedida que antiguamente se utilizaba de un modo más formal y que decía ‘A Dios seas’, ‘A Dios te encomiendo’ y ‘Te encomiendo a Dios”. Lo decíamos ateos y creyentes y dudo mucho que nadie lo diga con el significado original. Pero ahí está y demuestra un poso de años y años de religión en este país que aún hoy en día marca e influye.

Cuando usamos el plural, lo hacemos en masculino. Esto es porque durante siglos y siglos los espacios públicos y las uniones colectivas se excluían al uso y disfrute del sexo masculino. Durante siglos las mujeres hemos estado reducidas y recluidas a los espacios privados, los del cuidado, el hogar, sin derecho a prácticamente nada, ni voto, ni asociación, ni libertad, ni privilegios. ¿Por qué motivo o para qué nos iban a sumar en un plural?

Son múltiples los ejemplos de palabras que modifican su significado cuando cambias la “o” por la “a”. El género otorga significados peyorativos y cuando llamas zorro a un hombre, no estás diciendo lo mismo que cuando llamas zorra a una mujer.

Evidentemente, las normas del lenguaje no se definen hoy en día como machistas ni tienen esa voluntad. Evidentemente, es más fácil decir ciudadanos que ciudadanos y ciudadanas. Y evidentemente, podemos caer con un facilidad pasmosa en el absurdo de los miembros y las miembras. Pero evidentemente, cuando abogamos por usar el lenguaje inclusivo no estamos defendiendo la norma estricta sino un valor: el de la igualdad. Y en ocasiones, siempre, es importante primar los valores.

No podemos obviar que es el reflejo de una sociedad patriarcal el que vemos hoy en día en nuestro lenguaje. No será lo más cómodo, pero ¿cuándo los cambios lo han sido? No será lo más fácil cambiarlo, pero las revoluciones no se hacen sin esfuerzo. Necesitamos revolucionar el lenguaje para asegurar que esta sociedad avance y aseverar que cuando decimos “todos”, nosotras, todas, no nos sentimos incluidas. Busquemos fórmulas, hagámoslo fácil, usemos expresiones neutras, palabras que unifiquen, profesorado, alumnado, ciudadanía… y sino, no nos rasguemos las vestiduras por tener que usar una palabra más de vez en cuando.

El 8M las mujeres, y cada vez más hombres, reivindicamos muchas cosas. Que se acabe la discriminación, la brecha salarial, la descompensación en las tareas domésticas y de cuidado. No sentirnos excluidas de ningún modo, tampoco en el lenguaje. Reivindicamos por encima de muchas otras cosas y con extrema necesidad el fin del terrorismo de la violencia machista. El fin de la desigualdad. El fin del patriarcado.