Escuchaba en la Cadena Ser el resultado de un proceso de investigación sobre racismo. El o la periodista se hacían pasar por arrendadores que exigían que sus inmuebles no se alquilasen a personas que no fuesen blancas. Sólo 1 de cada 4 inmobiliarias no aceptaron el negocio.
El dato alarmante me produjo, sin embargo, cierta esperanza. Me declaro una optimista sin remedio y por eso supongo que mi cerebro quiso leer la noticia de forma inversa: existe una inmobiliaria o quizás una persona, que ante lo que le parece injusto e inadmisible no entra al trapo. Sin importar el dinero que pierda, o las oportunidades. Hay quien, aún, tiene claras sus líneas rojas y se planta, dice basta, por aquí no paso. No es fácil. Y eso lo sabemos todas y todos cuando tantas y tantas veces consentimos por asentimiento o casi siempre por omisión.
Últimamente aceptamos sin reparos la vulgaridad. Nos sorprende la valentía y asumimos la mediocridad como norma. Lo vemos día sí, día también en el Congreso de los Diputados. Qué, por cierto, quizás debería ser ya a estas alturas de “los y las diputadas”, como ejemplo de una de esas cosas inamovibles, que suelen coincidir con el adjetivo “inaceptable”, pero que tanto nos cuesta si quiera valorar. Lo vemos cuando un diputado de VOX se permite gritarle a una diputada del PSOE “bruja”. Lo vemos en cada palabra malsonante, en los gritos y en las formas.
Lo vemos cuando la corrupción no le pasa factura al PP y siguen altos en las encuestas o incluso ganado elecciones. Recordemos que son un partido al cual se le ha reconocido en tres sentencias la existencia de una caja B. Es decir, se le reconoce una acción ilegal. Lo repito porque si a M. Rajoy no le ha quedado claro siendo parte y acción del tema, quizás haya algún o alguna que otra despistada voluntaria dispuesta a corroborar que una mentira muchas veces repetida acaba sonando como verdad. Asumimos la corrupción como un defecto menor y que su defecto sería el de cualquiera en su lugar, entendiéndolo como irrelevante y rezando que no pasa nada porque al fin y al cabo “todos son iguales”. Pero ahí está esa mujer o ese hombre de la inmobiliaria diciéndole a la periodista que se hacía pasar por cliente que no. Que no entra a participar de su propuesta indigna, racista y moralmente deleznable. Que no asume ni compra su vulgaridad. Ahí está esa persona recordándonos que no todos son iguales y hay quién aún tiene la dignidad muy marcada en el ADN.
Sinceramente, ese uno de cuatro se me antoja más heroico que cualquiera de los protagonistas de las películas de Marvel. Es desde hoy mi Iron Man, mi viuda Negra particular, la esperanza de los que creemos aún en la épica de defender lo justo. Que si como decía Lorca “el más terrible de los sentimientos es el de tener la esperanza muerta”, me hace sentir viva, aunque sea en uno de cada cuatro sustos. Aún hay quien no acepta lo fácil.
Porque, evidentemente, es más fácil sumarse al insulto rápido en el Congreso en lugar de debatir el argumento y exponer tus razones. Porque, sin duda, es más fácil aceptar dinero rápido que trabajar según las normas. Porque callarte, coger un cliente y ya verás a quién le alquilas lo que sea, cuesta menos que enfrentarse a un racista y decírselo a la cara. Porque cuando alguien nos hace la típica bromita machista, racista, homófoba, etc. etc. es más fácil reírte sin ganas que contestarle si es consciente de la barbaridad que está diciendo. Porque cuando te gritan o te violentan, puedes girarte y pasar o exigir respeto.
Hay gente a la que nunca encontrarás en una trinchera, pero la esperanza te la devuelve ese uno de cada cuatro, ese referente digno de imitar, que te eleva al mundo luminoso donde la resistencia ante la vulgaridad, la mediocridad y la falta de moralidad, es un valor honorable y elogiable.