En Egipto se llamaban las bibliotecas el tesoro de los remedios del alma, porque decían que allí se cuidaba el mal más mortal: la ignorancia. ¿Os imagináis paseando tranquilamente por los muros de la biblioteca de Alejandría decidiendo cuál será el próximo volumen que te abrirá las puertas a un mundo de saber y conocimiento? Hubo un momento del mundo en que hacerlo era posible (para algunos pocos, claro) y también hubo un momento en que hacerlo ya no se consideró un privilegio.
Lejos de la creencia popular sobre que la biblioteca fue devastada por un gran incendio, al parecer fue decayendo poco a poco a lo largo de varios siglos. Procesos como la purga de los intelectuales de Alejandría en el año 145 a.c., el exilio a Chipre de Aristarco de Samotracia (su bibliotecario) y la huída de diversos eruditos, sumado, esta vez sí a un incendio accidental de parte de su fondo durante la segunda guerra civil de la República Romana (año 48 a.c, con Julio Cesar en apogeo), propició la desaparición de la biblioteca. El vandalismo y los diferentes procesos de guerras durante el tiempo hicieron el resto.
No deja de ser un símbolo de la perdida de la intelectualidad contra el triunfo de la mediocridad. Ya sea en unas horas de fuego o peor aún con el lento pasar de los años hacia la dejadez por parte de unos y el interés de aborregar a las masas por parte de otros.
No digo yo que internet con su expresión máxima en las redes sociales nos vayan a hacer arder a todos en pocas horas. Pero no parece que nos esté ayudando a crecer intelectual y emocionalmente sino que nos encamina a un proceso de decrepitud quizás menos paulatino que la desaparición del bello símbolo que fue Alejandría.
Una vez más no se trata de la herramienta sino del uso de la misma, es decir de las personas y cómo utilizan lo que tienen abasto.
Gracias a las redes he ampliado mis conocimientos en diferentes áreas, tengo mucho, infinito, tremendo, más acceso a movimientos culturales, artistas, acciones reivindicativas, reflexiones, estudios, lugares insólitos, viajes posibles. He visto Praga en todas sus estaciones, antes de poder ir a Praga en todas sus estaciones. Me he pasado algo más de una hora, dos o tres… entre reels de humoristas, memes, bailes, challengers y demás. Y he perdido el tiempo en mirar lo que hacían con sus vidas gente que me interesa y mucha, muchísima gente… que no. No me arrepiento de nada. Diríamos.
Sin embargo, me pregunto por qué he necesitado exponer cosas que quizás no tendría necesidad de explicar o hacer públicas. Para una persona dedicada a la comunicación es difícil poner el stop para sopesar cuándo no es necesario comentar, proponer, compartir o invitar a participar en cosas que te interesan al resto de las personas de este mundo (a ver, de las personas de este mundo que han decidido ser mis seguidores, claro, somos un club bastante exclusivo). Me pregunto por qué no dejan de ofenderme y preocuparme las personas que usan estas mismas redes para decir lo que opinan de cada ínfima cosa que se encuentran, para esgrimir lo bueno y lo malo con comentarios tan acusados y trabajados como “es muy mala actriz” ante la imagen de la protagonista en el estreno de una película. Gente que sin pudor ni pavor alguno puede criticar a un comediante diciendo “es malísimo, no sé para qué le ponéis” sin tener pizca de consideración. Cómo se sentiría esa persona si fuese el comediante en concreto a su trabajo y ante su jefe dijese “este tío es un petardo, échalo”. Los ya míticos ofendiditos con sus ultimátums de “si sigues metiendo en -tema al azar dependiendo del gusto del momento- voy a dejar de seguirte. Por no entrar en los insultos directos. Una absoluta falta de empatía y de respeto.
Esto también son las redes. Ese lamentable descenso hacia el séptimo estado del infierno dónde las bajezas más increíbles tienen cabida. Donde juzgamos desde nuestra atalaya sin ser capaces de vernos a nosotros mismos. La tiranía de la crítica des del sofá. Osea, twitter, sí.
¿Y qué hago? ¿Qué hacemos? Seguimos valorando la parte positiva del asunto o entendemos que es mejor no formar parte de este arma de doble filo. Esta bomba atómica que si bien parte de una tecnología beneficiosa para la humanidad se llega a convertir en el peor desastre jamás vivido. Este exceso de información innecesaria, de maldad gratuita, entre algunas perlas maravillosas de puro crecimiento. Esta forma de tener al alcance de la mano uno de los mayores hitos del progreso que nos encumbra a lo más alto poniendo de manifiesto la capacidad del ser humano para inventar, crear, innovar, mejorar. Que nos puede servir como trampolín para tantas cosas. Y que, sin embargo, utilizamos con ligereza como el que lanza una bola de fuego a la biblioteca de Alejandría, sin preocuparse lo más mínimo por lo que está destruyendo. ¿Usamos internet para luchar contra la ignorancia o en el intento lo único que haces es ayudar a fomentarla?
Sigo sin decidirme.