El 1 de octubre de 1931, Clara Campoamor defendió algo que va más allá del incuestionable (ahora, incuestionable) derecho al voto de las mujeres. Defiendo el respeto al ser humano. Le costó su aislamiento político ( de buena parte de la izquierda, de su propio grupo, el centrista Partido Radical, y de las otras dos mujeres que ocupaban en 1931 un escaño en la cámara, Victoria Kent y Margarita Nelken) que defendían que si bien conceder el voto a la mujer era lo justo, el momento era inoportuno ya que criadas y educadas en el patriarcado y con el peso de la influencia de la iglesia, las mujeres no estaban preparadas para apoyar el cambio, el progreso, ni tan solo el suyo propio.
Pero Clara defendió también el derecho de las mujeres a equivocarse, o a defender lo que para ella fuese indefendible. El respeto al ser humano en igualdad de condiciones sin tener como razón en la diferencia de oportunidad su sexo.
90 años después, cuando aún hemos de defender el derecho a la mediocridad discutiendo por qué unas listas han de ser paritarias o los cargos de dirección han de representar a la mitad de este mundo y no solo a una de sus partes… aún tenemos que escuchar que se ha de tratar de “quién es mejor para un puesto” como si todos los hombres fuesen grandes profesionales y eruditos y vaya qué lástima, no tengamos esa suerte de excelencia multitudinaria en el gen que nos hace mujeres, y es por eso y no por una carga sociológica y antropológica que nos vemos abocadas apartarnos de los roles de liderazgo y seguir asumiendo los del cuidado y nos centramos en esfera de la familia.
90 años después aún reclamamos nuestro derecho a tener oportunidad de equivocarnos. Pero gracias a Clara, a mujeres radicales y libres como Clara, lo hacemos desde casa, desde el congreso y des del derecho al voto.
Gracias, Clara.