Artículo para Club Cortum
Olvidadas. Escondidas. Silenciadas. Obligadas a usar el anonimato. Insultadas. Repudiadas si se salían de su rol. Maltratadas. Abandonadas. Arrinconadas. Omitidas. Borradas.
¿Dónde están las mujeres de nuestra historia? ¿Quién las ha borrado? La historia la escriben los vencedores, dicen. Y siempre han sido hombres. Ellos, los que deciden qué quedará para la posteridad. Qué y quién. Ellos, los que nos explicarán lo que será entendido como verdad y lo que no. Los vencedores, ellos, los hombres. Algunos hombres.
Durante siglos la historia ha reflejado solo una parte de la realidad del relato histórico, omitiendo a su 50%, borrando así la aportación, participación y huella que las mujeres han ido dejando. Por esto, no es de extrañar que en el imaginario popular los grandes logros de esta vida están asociados a los hombres. Difícilmente te vendrá a la mente en primer lugar una mujer, si te pregunto por alguien destacado en la historia de campos como ciencia, política, literatura, filosofía, arte, periodismo, etc.
¿Acaso no hemos hecho nada hasta que la modernidad nos dio oportunidad? No, no es así. Por supuesto que venimos de una sociedad extremadamente patriarcal en la que la mujer ha sido relegada a las tareas de cuidado y reproducción mientras que el hombre ha salido a cazar, a pelear, a construir, a trabajar, a ganar dinero, a prosperar y a ser libre. Nosotras, no. Nosotras se suponía que, por ciertos atributos que nos asociaron con mucha perspicacia e intencionalidad, estábamos hechas a la perfección para tareas menos “arriesgadas”. La mujer no piensa, siente. La mujer no decide, acompaña. Detrás de todo hombre, siempre hay una gran mujer, dicen. Supongo que limpiando el reguero de babas que el hombre de delante iba dejando con su egocentrismo y amor propio. Quizás porque no necesitamos tanto ese protagonismo, aceptamos que nos lo arrebatasen.
Sin embargo, existieron. Esas mujeres que no estudiamos en los libros de historia, que no protagonizaron las películas de Hollywood, que no vemos en los nombres de nuestras calles ni plazas, que no se convirtieron en leyendas. Las que fueron borradas. Las que ahora intentamos rescatar y honrar, intentando recuperar todos los años y siglos de referentes que nos han ido robando.
Solo nos han permitido ser reconocidas para echarnos la culpa: Eva, Pandora, Jezabel, Magdalena… La que pecó por querer conocer, la curiosa, la intrigante libre y la descarriada. Cada una, imagen y símbolo del mal y de la culpa (aunque no supieron que en el trasfondo de cada una lo que hacían era reconocerles su libertad). Podría decir que es curioso que el diablo no fuese una mujer, pero no, jamás habrían consentido darnos un puesto de mando.
De un tiempo a esta parte y agradeciendo el auge del feminismo y su punto de “estar de moda”, las mujeres procuramos visibilizar a nuestras compañeras en positivo; desde las que pusieron su granito de arena para el progreso de este mundo, como a les que lo hicieron desde el anonimato del día a día, en la vida doméstica y familiar. No queremos perpetuar consintiendo el anonimato y la falta de agradecimiento y, menos aún, el desprecio y la omisión.
Nunca es tarde para tomar conciencia. Y decir «basta». A los 40 años, Simone de Beauvoir se planteó: “Nunca había tenido sentimientos de inferioridad por ser mujer (…) La feminidad nunca había sido una carga para mí”. Simone reconoce que al hablarlo con Sartre, éste le indicó que no había sido educada como un hombre, un comentario que le hizo volver a plantearse la cuestión. Hoy en día hay quién aún duda si hace falta reivindicar el feminismo. Es necesario, más que nunca, porque ahora nos escuchan. Y, aparte de exigir soluciones para los problemas graves a los que nos enfrentamos, que van desde la brecha salarial hasta la violencia machista, también necesitamos restaurar la falta de memoria que la humanidad ha tenido para con nosotras.
Por eso, os animo a que cuando leáis este artículo, busquéis a cualquier mujer en el ámbito que más os guste y expliquéis al mundo su aportación. Hacedlo hoy y siempre que podáis, porque ¿sabéis? Hay tantas, que nos dará para mucho. Ellos, algunos hombres, nos han borrado de la historia. Quizás fuera por miedo, quizás por envidia, pero siempre por mediocridad. Sin embargo, ahora, la historia también la escribimos nosotras.
Peseshet: matrona en el Antiguo Egipto, primera mujer médico de la que se tiene constancia. Maud Lewis: pintora canadiense. Isadora Duncan: bailarina. Valentina Tereshkova: cosmonauta, política rusa e ingeniera, primera mujer en ir al espacio. Dorothea Lange: fotoperiodista documental estadounidense, autora de “la Gran Depresión”. Nancy Wake: espía británica durante el final de la Segunda Guerra Mundial, condecorada con más de 12 medallas. Marga Gil Roësset: artista, pintora, ilustradora, escritora, perteneciente a la generación del 27 y borrada. Como todas las demás.
Hoy, no queremos más tachones ni espacios borrados. Hoy reivindicamos una Historia feminista, con mayúsculas.