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Elfar.cat
Es la primera alarma. Cierran los colegios. Nos vamos a casa con nuestros hijos e hijas. Nos parece un pequeño espacio de tiempo en nuestras vidas. Solo tenemos que quedarnos aquí, quizás un par de semanas. Después empezamos a contar los días como si fueran hazañas. #dia10 #dia11. Día 14, no serán dos semanas, no sabemos nada.
Todas mis cosas están en cajas. Firmamos el piso nuevo el día en que cerraron los colegios. Pero se para todo y queda en suspenso. La vida, suspendida, encerrada en cajas en un trastero. Un amigo enferma, parece grave. Me convierto en adicta a los datos, cada día espero el dibujo de la curva como posos de café a los ojos de una adivina. Sube y sube. Lo peor está por llegar, dicen. Datos y memes llenan mis comunicaciones con el exterior en una bipolaridad pasmosa del bien y del mal. Internet nos conecta al mundo en ventanas de irrealidad que minimizan lo que sucede. Estamos tan lejos, aunque estemos cerca. La gente muere a miles. A miles. Cada día. Decimos que todo saldrá bien y dibujamos arcoíris. Nos ilusiona contactar con el mundo cada día a las 20 h en punto en sonoros aplausos de agradecimiento. Cuidar, proveer, proteger se convierten en heroicidades y les aplaudimos, cada día. “Mamá, el ruido de los aplausos espanta al coronavirus”, me dice mi hijo Gerard. Y aplaudimos más fuerte.
Escribo mucho, casi nunca poemas. El amor está, también, en una caja en el trastero, la abro en días concretos porque por más que intente obviarlo aparece. Debería precintarla mejor. Se ha muerto el padre de mi amigo. Se ha muerto Aute, y lloran los recuerdos a los que acompañó su música. Se ha muerto una compañera a la que apreciaba. Cocino muchísimo. La gente se ha vuelto loca haciendo pan. Se envían retos. Aparecen en nuestras vidas las reuniones on line y empezamos a descubrir que el teletrabajo no era pasarte la jornada en pijama en casa en libertad. La linea de la curva parece que empieza a bajar y empezamos a vivir por fases. Con las neuronas confinadas, nos esforzamos en aprender lo que se permite en cada una, como una prueba por etapas. Los primeros en salir son los niños. Tenemos una hora para bajar al parque. Con la emoción no bajo ni el agua. Volvemos a los 40 minutos deshidratados, acalorados y cansados de no tocar nada, ni un banco, ni el suelo. Hace meses que no veo a mi abuela. Empieza a crecer una curiosa alegría ante la bajada del número de muertos. Los 400 suponen buenas noticias partiendo de 900. Tiene aire de muertos de segunda. La gente empieza a dejar de tener la necesidad de aplaudir. Y las derechas toman vuelo para defender la libertad. ¿Libertad de qué? No escucho bien el argumento mientras una señora indica a su sirvienta que blanda cazo y cacerola. Las acusaciones de los defensores del «yo lo hubiese hecho mejor” se multiplican en mensajes perversos de cobardes escondidos tras el teclado de un ordenador o un móvil. O cobardes que se suben a estrados con la mentira y el insulto por armadura. Las personas a las que quiero están igual de lejos, igual de cerca. Me mudo al fin y recupero mis cosas. Sigo sin poder concentrarme. Empezamos a salir más a menudo. Se llenan calles y bares. No sé si es fase dos, tres o la gente ya vive más allá de la realidad. Una en la que ya nadie aplaude. Los que se empeñan en no abandonar el juego político ni por causa mayor estiran con más fuerza de la cuerda. La tensan las derechas de la oposición en España con sus provocaciones, deslealtad y mentiras. La tensan las derechas que gobiernan Catalunya con manipulaciones, falsedades y su hipócrita “yo lo hubiese hecho mejor” que con el paso del tiempo se enfrenta a la evidencia de su incompetencia. Y no, no lo hacen ni de lejos mejor. Las residencias son un infierno, competencias pedían. La educación pública se resiente abandonada, competencias tenían. El trabajo se resiente. La gente de Nissan sale a la calle a luchar por su trabajo, resentidos. La cultura pelea por adaptarse, resentida. Quién más y quién menos busca resquicios de cómo volver a la realidad. A mi ya no me quedan cajas por abrir. Menos una, que la guardo por si acaso. La nueva normalidad nos difumina el miedo y nos apacigua los recuerdos. Confundimos casos, rebrotes, informaciones veraces, estudios contradictorios, teorías de todo tipo, mensajes incómodos pero poco coherentes por redes. Confundimos y nos confunden. De repente nos hemos olvidado de todo. Nos quejamos por usar mascarilla, nos sentimos un una nube de privilegio como si nos diera la inmunidad las ganas de estar sanos. En Brasil, Estados Unidos, África los casos no paran de crecer, pero están tan lejos. Nos fortalecemos y empezamos a planear: vacaciones, salidas, encuentros, fiestas. Qué no nos pare nadie. ¿Qué daño va a hacerme un abrazo? Si es justo lo que necesito. Y entonces algo pasa en Lleida. Pero hemos aprendido, hemos creado protocolos, nos han dicho que nos protegerán rastreos y una sanidad pública a la que se le prometen pagas extras. Pagas que este mes tampoco llegan. La Generalitat no mira hacia Lleida, tanto poner el foco dirección Madrid, Perpingan o Waterloo se les pasan por alto sus propias narices. Empiezan a multiplicarse de nuevo los casos. Competencias pedían. Las tienen todas. Empiezan a culpar a la gente. Irresponsables. No hay personas encargadas de rastrear. No hay personas que informen. Será la gente, la juventud. ¿Habremos vuelto a querer vivir por encima de nuestras posibilidades? Llegan las recomendaciones y luego las prohibiciones. Mientras la amplia mayoría hace justo lo contrario a lo recomendado llenando playas, calles, carreteras, segundas residencias, incluso actos en plazas… la Generalitat decide cerrar ocio nocturno y ya que está cultura y gimnasios. No constata ni un rebrote en actos culturales. No constata ni un rebrote en gimnasios. Lleida sigue a su suerte. La sanidad sigue sin recursos. Los rastreadores son los padres. ¿Competencias? Las tienen, todas. ¿Gestión? Si no han gestionado Catalunya hasta ahora, quién va a ponerse a aprender a hacerlo en mitad de una pandemia.
Mientras, esperamos que llegue agosto, sin saber si podremos salir o no de vacaciones. Preocupaciones mundanas por no pensar en las realmente importantes. Y a agosto le sucederá septiembre y no sabemos aún si los colegios podrán abrir. ¿2020 pretende empezar otoño como dio la bienvenida a la primavera?. Y el invierno está por llegar, en el año en que murió Marsé y la Sardá, en el que Pau Donés dejó como testamento todo lo que me das, en el que no pude abrazar a mis amigos cuando despidieron a sus familiares, en el que pasé miedo, tristeza, ansiedad, agobio. En el que seguí, pese a todo riendo, en el que te eché de menos. El año en que cerraron los colegios.