Estado de alarma. Me resulta complicado aceptar que estamos viviendo una situación semejante. No sufro falta de empatía, más bien peco de lo contrario, soy consciente del drama que lleva viviendo mucha gente mucho tiempo, las personas refugiadas, las migrantes que mueren en el mar, las que sufren desahucios, tantas personas que ven como de un momento a otro su vida cambia por completo, y tan a peor. Esas personas a las que muchos y muchas ignoran y de las que tampoco se acuerdan cuando les pasa a ellos y entonces buscan ayuda…
Aún así, es cierto que no es lo mismo ver las cosas desde la barrera que asumirlas como propias. Por supuesto que me he reído con los memes y chistes del coronavirus, y aunque me está tocando muy de cerca y me duele el corazón, es más que probable que me siga riendo. Porque, al parecer, mi máxima de que el fin del mundo nos pille riendo la llevo muy a sangre y es mi escudo y fortaleza. Pero reírse no significa ser inconsciente. Estos días estoy viendo desde la despreocupada que se va a la calle y llama exagerados al resto hasta el conspiranoico que asegura que este virus es un producto químico orquestado por un plan malévolo y sale a la calle igual. Sinceramente, que atrevida es la estupidez.
La despreocupada lo será mientras no tenga un amigo, familiar o persona cercano enfermo y el conspiranoico no asume que, sea cual sea el origen del problema, el problema existe. Tu suspicaz inteligencia y tu alegre despreocupación no te hace inmune ni evita que contagies al resto. Quédate en tu casa.
Yo me quedo en casa, sí y desde aquí con mis tres niños sin colegio y encerrados en nuestros 80 m2 veo el mundo pasar. Sigo con preocupación las noticias por twitter mientras hemos sacado al comedor la pizarra y la mesita, los niños me llaman “professora” y estamos repasando los números del 1 al 100.
Atiendo los mails y los mil millones de whatsapps en cadena sobre normas, avisos, noticias… en los dos cientos grupos a los que pertenezco, mientras revisamos si tenemos la comida planificada, medicinas por si acaso y por supuesto papel higiénico para recrear las fallas en la terraza si hiciese falta.
Entre todos esos whatsapps, mensajes en redes, etc… me llegan otros mensajes, que me preguntan como estamos y como están nuestros familiares y amigos. Otros de personas que me envían listados de juegos para hacer con niños, videos para entretenerlos, enlaces a obras de teatro, visitas a museos online. Me envían reflexiones sobre la situación actual y comentarios como “sabía que te iba a gustar”.
Yo les envío videos y fotos de los niños y les pregunto como están. Hablamos de lo que haremos “cuándo pase esto” y entre líneas nos decimos: jolín tengo ganas de verte.
Es amor. En todas sus acepciones. Amor a raudales y os lo agradezco y estoy feliz de daros mi parte.
Se llenan también las redes de otro tipo de amor: mensajes de agradecimiento. Montones de gracias a los y las sanitarias, les llaman héroes y heroínas. No está mal. Que se quede ese reconocimiento para cuando nos molesta ir a esperar a urgencias, para cuándo nos quejamos de pagar impuestos y para cuando no valoramos suficiente nuestra sanidad pública. O, por cierto, cuando votamos a partidos que la desprecian y privatizan. No son héroes ni heroínas, y dudo que quieran serlo. Son profesionales. Como las y los transportistas, que no van a soltar el camión para que a ti no te falte comida. Del mismo modo los y las reponedoras, cajeros/as de supermercado, personal de limpieza, trabajadores/as de farmacias y también las fuerzas de seguridad y funcionarios y funcionarias y personal de la administración pública que harán turnos para que si necesitas ir a un juzgado de paz a inscribir un nacimiento o una defunción, encuentres a alguien al otro lado. Son profesionales con familias y casas, claro, pero que desde la responsabilidad irán a trabajar para que tú sí puedas quedarte en casa y hacer tu parte. Gracias.
Ah y rompamos una lanza por la denostada clase política, esa que tan mal te cae pero que no se queda en casa para desde ayuntamientos, gobierno… tengas alguien al otro lado que intenta hacer lo posible para controlar la situación y darte las respuestas que necesitas. A ellos y ellas también gracias.
Yo, que no pertenezco a ninguno de los colectivos que nos van a ayudar a pasar ésto ni que sea un poquito mejor, que tantas veces digo que creo que lo único que sé hacer bien es escribir (y tantos y tantas sabéis que, como todo, eso también lo pongo en duda). Solo quería dejar por escrito que toda situación nos da margen a aprender, viendo las dos caras de la moneda: una con lo peor que suele ser el miedo y el egoísmo; y la otra lo mejor que sin duda es el amor.
Amor a raudales en los tiempos del coronavirus.