Artículo publicado en Coachability Foundation y El Far Informatiu
“Todos los días son 8M” decimos las feministas, a veces, intentado explicar que la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres no es cosa de la celebración de un solo día. ¿Eso le quita valor al día internacional de los derechos de la mujer? En absoluto, todos los días son 8M, pero el 8M no es un día más.
La historia más aceptada sobre el origen del 8M cuenta que en marzo de 1908, unas 40.000 mujeres secundaron una huelga en Estados Unidos exigiendo igualdad salarial, disminución de la jornada laboral de 10 horas y tiempo para poder dar el pecho a sus hijos. De éstas, más de 120 mujeres murieron en el incendio de la fábrica Cotton Textile Factory, en Washington Square, Nueva York, donde habían sido encerradas para obligarlas a permanecer en el trabajo. El humo, que se podía ver a kilómetros de distancia era del color de las telas que trabajaban ese día: lila. De ahí, se cuenta, que el color del feminismo sea el lila.
Leía el otro día en Instagram a una ilustradora española -de renombre y arte suficiente como para no sufrir según qué cosas- que lamentaba recibir más mails hacia el mes de marzo que en todo el año. Paula Bonet (@paulabonet) dibujaba así el péndulo en el que nos movemos las mujeres: o nos invisibilizan, ocultan, no nos tienen en cuenta y nos tapan con los techos ya no sé si de cristal u hormigón, o nos buscan para que no se diga, para que se vea que hay mujeres, con ese punto del que hace checking en una tarea y no de real convicción porque el Feminismo, y esto es así, ahora está de moda.
Es tendencia. Para lo bueno y para lo malo. Para llamar la atención de mujeres y hombres que hasta ahora aún creían esa ridícula premisa de “yo no soy ni feminista ni machista, porque no soy de extremos” como si la igualdad estuviese en una punta y la degradación, el desprecio y el menosprecio del otro sexo permitido al creerte superior, en la otra. Si sirve, un poquito, para dar a conocer el Feminismo que la escritora y experta en género Nuria Varela define como “una práctica y teoría política que se basa en la justicia”, bienvenida sea la fama.
Por moda o no, porque nos lo dicta la conciencia, la responsabilidad o porque no podemos faltar, el 8 de marzo tenemos una cita en la calle. Mujeres y cada vez más hombres, salimos y gritamos consignas, frases, canciones y verdades de las que no puedes escapar. “Al volver a casa quiero ser libre, no valiente” es una de ellas. Y a casa, y al trabajo, y a cualquier sitio, quiero volver libre el 8 de marzo, el 9 y el 10 y de aquí en adelante, gracias.
El 8M nos pone, a las mujeres y a nuestras reivindicaciones, en el centro de la agenda política, social y mediática, que no es poca cosa. Nos sitúa en el foco, el centro de las frases, las protagonistas de las fotos, los comentarios… Una ventana nada despreciable. Bienvenido sea, de verdad. Ahora bien, que todos esos mensajes, todo ese contenido no pase de la camiseta que pongo a lavar esa noche. Seguramente lila, claro que sí. El lila de las “gafas violetas” de las que hablaba la escritora Gemma Lienas en su libro El diario Violeta de Carlota.
Lienas decía: “las gafas violeta son una nueva manera de mirar al mundo para darse cuenta de las situaciones injustas, de desventaja y de menosprecio hacia la mujer. Esta nueva mirada se consigue cuestionando los valores androcéntricos, es decir, valores que se dan por bien vistos desde los ojos masculinos”. Es una de las metáforas posiblemente más acertadas y mejor usadas, a mi parecer, de los últimos tiempos.
Salgamos el 8M, llenemos las calles, los periódicos, las cuentas de Instagram y seamos TT en twiter, con unos actos concretos y revindicativos. Porque tenemos razón, porque estamos hablando de justicia. La brecha salarial no es justicia, la desigualdad laboral no es justicia, la desigualdad en las tareas de cuidado en lo privado, no es justicia. La violencia machista… que nos maten por ser mujeres, no, desde luego no es justicia, es una aberración fruto de un sistema patriarcal. Y no podemos consentirlo.
Saldremos el 8M y pediremos igualdad, educación para que las generaciones futuras estén cada vez más lejos de la desigualdad, pediremos un feminismo transversal que enseñe a los más pequeños pero que haga formación a los mayores que ostentan puestos de trabajo o cargos que inciden en modificar esta sociedad (jueces, profesores, abogados…) y que no pueden estar ajenos a esa mirada violeta.
Y todo esto, teniendo en cuenta una visión del mundo occidental en el que nuestros avances son considerables. Pero nosotras, cuando luchamos por nuestros derechos lo hacemos por los de todas. Desde Noruega hasta Ciudad De Cabo. Porque todas somos una.
El 8M saldremos y prestaremos nuestras gafas violetas por un día al resto del mundo. Y nos acompañarán (bueno, algunos ni con éstas…) pero la mayoría sí, porque está de moda, porque es un día señalado. Porque es 8 de marzo y vamos a salir en la foto. Dejémosles que usen nuestras gafas lilas.
El 9M, el 10, 11 y 12, etc… nuestro objetivo ha de ser procurar que las sigan llevando puestas, incorporadas a su día a día, como el que pone un filtro en Instagram, poned el violeta, en los detalles más nimios, en las decisiones, en cómo tratáis a las mujeres de vuestro alrededor y en cómo las tratan a vuestro alrededor.
Decía Rosa de Luxemburgo que “quienes no se mueven no notan sus cadenas”. Probadlo, recolorear un poco el mundo, vuestro mundo, pintándolo de color violeta y comprobaréis que el 8M nos lo ponen muy fácil pero el 9, el 10, el 11, el 12… todos esos días volvemos a la lucha. Y hay tanto por hacer, ¡notemos las cadenas y rompámoslas!
* Artículo en colaboración con la fundación para programas de voluntariado para empoderar mujeres en África Coachability Foundation.